Apocalipso Now: la Policía no contó todo lo que hizo dentro del Éxito
La decisión, relacionada con un tema de alto interés público, podría ser considerada como un acto de censura. En respaldo al trabajo de nuestros colegas publicamos el artículo inicialmente divulgado en Cuestión Pública y que contiene todos los elementos de la denuncia posteriormente abordada en Zona Franca y que volvió a estar disponible horas después de ser eliminada.
Por: Alianza Canal 2 y Cuestión Pública
Para la tercera semana de mayo de 2021, la tensión entre la Policía, saqueadores, la Primera Línea y los vecinos estalló en el sector del almacén Éxito de Calipso, en Cali. Aquí te narramos lo que sucedió en una de las horas más apocalípticas del Paro Nacional.
Preludio importante: El texto que acompaña la investigación es excepcionalmente largo y tiene una impronta narrativa para lo acostumbrado en este medio; no obstante, necesario. Cumple con todas las medidas de rigor de una investigación: cotejo de fuentes, pruebas y mucha reportería. Se visitó en tres ocasiones el barrio, nos tardó más de un mes lograr llegar hasta las fuentes que vivieron el horror esa noche dentro y fuera del almacén. Ha sido especialmente revisado por los editores de este medio y editoras externas para lograr la calidad que se merecen nuestros lectores.
La verdad que no quedó en el acta I
Frente a ella, un policía con el que no pudo lidiar. Era Juan Carlos Olaya, el mayor que, en representación de la institución firmó el acta oficial de lo sucedido la noche anterior en el almacén. Segundos después, ella quiso registrar las gotas de sangre que todos vieron dentro del cuarto de máquinas, pero era tarde. Olaya se negó a incluirlas, porque la modificación en el documento firmado no le convenía. Para el uniformado, ya era demasiado que el rastro de una presunta escena de tortura, que hasta el momento había sido una sospecha, ahora trascendiera y salpicara el papel.
—¡Pues hágala usted! —le respondió ella y rasgó el acta en pedazos. Seguían dentro del lugar.
Estaba de pie. Junto con Olaya había redactado el primer borrador de una visita escrutadora a raíz de hechos denunciados por varios vecinos del Éxito de Calipso en la madrugada del 19 de mayo. Horas antes, las redes sociales gritaron que el lugar fue usado como un centro de tortura por parte de la Policía. “Hubo alaridos, disparos, sonidos de alarmas y estallidos”, dijeron los testigos. Exhausta por la impotencia, se rindió. Natali González, la subsecretaria de Derechos Humanos de la Alcaldía, dejó de apoyar sus manos sobre el fólder que le sirvió de soporte para escribir el documento ya roto por ella. Había descubierto la mancha de sangre a las 9:02 p. m. y los minutos galopaban.
A su alrededor, una comisión de policías y otras personas de la Alcaldía con el mismo cargo suyo, delegados de la Defensoría del Pueblo y personal del Éxito. Afuera la esperaba José Alberto Tejada, director del Canal 2, con su equipo, dispuestos a transmitir en vivo los resultados de la visita. La testigo de la Alcaldía logró leer ante las cámaras: “Se observaron rastros de sangre”, pero no hubo descripción de indicios, entre esos, la humedad en un sector de la bodega, como si recién se hubiera limpiado algo que no convenía dejar ver. Aunque se da cuenta en el acta del “espacio limpio y aseado”, tampoco quedó constancia de los rastros de jabón y de aceite que evidenciarían algún intento por lavar las instalaciones antes de la veeduría. No en vano dicen que el diablo está en los detalles.
Esa imagen de jabón y aceite recordó la escena del crimen de Yuliana Samboní en 2016. Se trataba de una niña de 7 años, de padres indígenas, que fue raptada, abusada sexualmente y asesinada por Rafael Uribe Noguera, un pedófilo de 38 años, de clase alta. En un apartamento de Chapinero Alto, en Bogotá, los peritos forenses de la Fiscalía encontraron los mismos elementos. Al principio se creyó que los hermanos del asesino los usaron para borrar los rastros del crimen, pero luego la justicia decidió creer el relato de Rafael, quien dijo que el aceite era parte del fetiche dentro del abuso. No obstante, en esta escena, el aceite y el jabón no parecían elementos casuales ante los rastros de sangre encontrados por Natali dentro del Éxito. Detalles.
Afuera, terminó de leer el acta ante las cámaras del periodista Tejada, quien se percató de las omisiones.
—La información que hemos recibido de la comunidad es que también se encontraron huellas de aceite y de jabón. No veo que en el comunicado haya quedado esa evidencia —le increpó.
—Sí, tiene razón. Ese es un elemento que habrá que anexar al acta.
Las posibilidades de que se supiera la verdad empezaron así: manchadas de silencios, de negaciones y de versiones incompletas. De heridos y muertos de los que ninguna autoridad habló.
Flashback. Se escuchó el sobrevuelo de un helicóptero de la Policía. No era aún el mediodía.
—Vean a este otro idiota… ¿Qué es lo que está haciendo? —preguntó un señor con camiseta de la selección Colombia, que estaba sobre el puente peatonal que conecta con la calle del Éxito y con la terminal de buses urbanos, MIO.
El que habla en el video observaba hacia la autopista Simón Bolívar en dirección al Éxito, que está al frente, a la altura del barrio Calipso. El transporte público no funcionó ese día en aquel paraje. Fueron unos treinta los que saquearon el almacén en plena mañana. Mientras tanto, el puente se convirtió en el mejor palco para una romería que se detuvo a observar y a grabar con sus celulares.
—¡Los tombos, vea; los tombos! —gritaron abajo del puente.
—Ese señor está armado, ¿cierto? —preguntó una mujer que grababa con un celular desde lo alto del puente peatonal.
—Sí, está armado —respondió el señor de camiseta de la selección Colombia.
El celular fue girado y se veían personas como hormigas que, en vez de cargar hojas de un árbol, llevaban cajas de electrodomésticos y artefactos. Salían del almacén con el botín. Caminaban tan rápido como podían sobre la despejada autopista. Las imágenes sui generis del saqueo fueron registradas en videos ciudadanos el 28 de abril, justo cuando había marchas por casi toda la ciudad en protestas por la reforma tributaria propuesta por el gobierno de Iván Duque y que, para entonces, hacía trámite en el Congreso. Ese mismo día, mientras unos marchaban, otros saqueaban el Éxito de Calipso.
—¡Viene el Esmad, viene el Esmad! —se escuchó advertir a una mujer.
—Hay tipos armados, ¿verdad? —preguntó la mujer que seguía grabando desde lo alto del puente.
No había policías, salvo en el helicóptero que, desde la mañana del 28 de abril, sobrevolaba Cali. Horas después serían parte obligada del paisaje. Por ahora no. En ese momento, las marchas eran las protagonistas en casi todas las principales vías de la ciudad y del país. Le faltaban escasos minutos al mediodía cuando, de repente, una contraimagen emergió tras el saqueo: otros jóvenes con camisetas amarillas y blancas caminaban de regreso hacia el Éxito con las cajas de los electrodomésticos. Iban acompañados por chicos en bicicletas y policías que, al lado del camino, servían de observadores y coordinadores de la escena. Gritaban: “¡Los buenos somos más!”.
El saqueo se repetirá el 2 de mayo en la noche, pasadas las ocho, ya no sobre la Simón Bolívar, sino a un costado, por la calle 28D. De nuevo, no habrá asomo de policías. Los vecinos grabarán la acción y el acto se llevará a cabo con cierta tranquilidad. Habrá protestas en puntos cercanos, como quien arranca hojas del calendario, los siguientes días, hasta llegar al 19 de mayo. Día del Apocalipso. Día en que la Policía encerrará en el almacén a una turba saqueadora y la molerá a palos hasta romperla, hacerla sangrar y gritar. Los alaridos llamarán la atención de los vecinos y de los jóvenes de la Primera Línea que, hasta ese momento, se desmarcarían de quienes estaban delinquiendo. Ese día, en la noche, se armará la de Troya.
—[El 19 de mayo, los uniformados] se fueron [de Calipso] como a las 5 p. m. y dejaron las entradas [del almacén] abiertas —dijo Segundo*, habitante de calle y miembro de la Primera Línea de Puerto Maderas.
Hasta aquí el front de la historia. Ahora viene el off.
La gente de Calipso armó lucha en la pandemia de COVID-19. Aguantó hambre en condiciones de miseria y violencia, como también le pasó al oriente de la ciudad y las laderas, en donde también se concentraron las manifestaciones y protestas en la ciudad durante el Paro Nacional de 2021.
Cali venía de un jaleo duro: una auditoría de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC) había revelado la existencia de 182 estructuras criminales. Pandillas, microtráfico, extorsión, cobro gota a gota. Fue tan exorbitante el balance, que se calculó un promedio y se observó que, por cada 10.000 habitantes, había un grupo ilegal. La olla de los grupos ilegales se había destapado en septiembre de 2019 y, para marzo de 2020, el presidente Iván Duque decretó encierro total por la pandemia. Caos.
“El estudio señala también que, geográficamente, es posible ubicar a estas agrupaciones ilegales. El 79% de ellas, unas 119 reconocidas como pandillas que se dedican sobre todo al hurto y a la distribución de drogas, se encuentran en seis comunas. Cinco de ellas están ubicadas en el oriente de la ciudad: la 21 (Desepaz), la 16 (La Unión), la 15 (El Vallado), la 14 (Alfonso Bonilla) y la 13 (Poblado); en esta zona se encuentra el distrito de Aguablanca. Y por el occidente, la 20 (Siloé)”, comentó El Espectador sobre el informe de la UNODC.
Calipso, así como Puerto Maderas, forma parte de la comuna 13 y es vecina de El Poblado, pero, a simple vista, no es notorio. La fachada del Éxito, junto a la Simón Bolívar, le da un aire de metrópoli. A pesar de las calles pavimentadas alrededor, las casas de dos pisos y enrejadas con sardineles en los que hay pasto y vegetación frondosa, barrio adentro se cuecen habas. Para 2018, este sector tenía alta concentración del índice de necesidades básicas insatisfechas (NBI), esto es: viviendas y servicios inadecuados, hacinamiento crítico, inasistencia escolar, dependencia económica y parches de pobreza y miseria.
“De los que cayeron en pobreza monetaria, 375.990 fueron ciudadanos de Cali. En 2019, el total de ‘caleños’ caracterizados en pobreza monetaria eran 558.360 y, en 2020, ese número subió a 934.350”, dijo Rubén Darío Ocampo Camargo en su columna del diario La República el pasado 5 de junio.
En el espectro nacional, la pobreza alcanzó el 42,5%, en tanto, la incidencia en Cali fue del 36,3 %, de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE). Al tiempo que es una de las comunas donde más se pierde la vida por homicidios, de los cuales cerca del 90% de las víctimas son hombres. Según un acumulado que tiene el Observatorio de Seguridad de la ciudad, desde 1993, la 13 resultó ser la más violenta, con un récord de 4.583 asesinatos.
Es uno de los sectores de Cali en donde más se concentran personas afro, muchas de ellas víctimas de desplazamiento forzado. Estigmatizados por ser pobres, por ser negros, por habitar un contexto de violencia, los jóvenes del oriente quedaron relegados al margen de su propia ciudad.
Una segregación tan manifiesta que ha llegado al punto de plantearse la coexistencia de una “Cali blanca” y una “Cali negra”, como lo hizo en mayo de 2020 el director de información de un importante diario local. Una segregación que ha llevado a los jóvenes del oriente a identificar sus territorios como guetos marcados por el abuso policial, la discriminación y la pobreza. Así lo exponen el sociólogo Fernando Urrea y el antropólogo Pedro Quintín.
Que fuera un sector con índices de violencia, de microtráfico y de miseria quizá justificara la violencia descargada. Pareció ser la respuesta a un estigma. De paso, sirvió para validar y amparar el silencio y las explicaciones de lo sucedido esa noche dentro del almacén, no solo por parte del presidente y del Ministerio de Defensa, sino también de los dueños del Éxito, quienes les dieron bonos a los policías después de que, al parecer, torturaran a los saqueadores de su establecimiento o mejor, les cuidaran sus instalaciones a sangre y fuego. De eso nadie habló.
Jorge Jaramillo, gerente del Grupo Éxito, junto con el ministro de Defensa Diego Molano, entrega en Medellín bonos por $40 millones a miembros del Esmad. Video publicado originalmente en la cuenta de Twitter de Mindefensa, el 22 de mayo a las 7:45 p.m.
El 19M, noche apocalíptica
Los gases lacrimógenos humeaban bajo las lámparas blancas y amarillas de las calles de Puerto Maderas, barrio cercano al sector Calipso. La bruma resultante del tropel con la Policía el 19 de mayo hizo denso el horizonte, de tal forma que no era posible distinguir el panorama, así como a ese punto de las protestas, muchos vecinos tampoco distinguían si los saqueadores eran los mismos manifestantes. Era también una metáfora de la bruma de los acontecimientos.
En el recorrido por el barrio, vecinos del almacén, cuyos hogares quedaron en medio de la violencia que se vivió desde el 28 de abril en la zona, coinciden en contar que la Policía se instaló en el Éxito. Así narraron la zozobra de aquellos días a Cuestión Pública y Canal 2:
—No hemos visto sino unos vándalos dañándonos las casas, haciendo tiros y lanzando bombas. Eso es lo único que escuchamos. A nosotros nos perjudicaron fueron ellos. Se escondían acá a hacerles tiros a la Policía por la noche. Cuando la Policía llegó ahí [al Éxito] nosotros descansamos. Estaban allá adentro porque nosotros les pedimos que vinieran. Yo misma les llevaba café y les llevábamos jugo porque desde que llegaron fue que tuvimos tranquilidad. Y cuando la Policía ya estaba acá, ellos [los “vándalos”] comenzaron a quemar llantas para que el humo les cayera al Éxito, pero nos caía acá ¡y cómo nos enfermamos! —expresó una mujer mayor tras la reja de su propiedad.
En una tienda ubicada frente a uno de los accesos del almacén se vivió así:
—Uno sí veía la gente que entraba a saquear. Descaradamente sacando las cosas de ahí; yo los vi pasar. Al final, la violencia se calmó porque la Policía ya vigilaba por acá día y noche. Por acá esto quedó muy solo y las ventas se afectaron —lamentó una vecina dentro de la tienda.
Unas cuadras más adelante:
—El espectáculo aquí fue de película. Ver todo lo que la gente hacía. Las balaceras, que uno tenía que esconderse. [Los uniformados] estuvieron allí [en el Éxito] mucho tiempo. Hasta hace unos díítas se fueron. Ahora en la autopista está la gente a merced de lo que esos muchachos digan o lo que esos muchachos quieran —afirmó un anciano vecino del sector, al ser consultado el 15 de julio, mientras jugaba con su nieto en el antejardín.
Lo dicho por los habitantes, de alguna manera se concreta en las actas de las brigadas médicas del 15 y del 17 de mayo, a las que Cuestión Pública y Canal 2 tuvieron acceso: “Herida por arma de fuego en muñeca izquierda”, “herida abierta a nivel del mentón por objeto contundente”, “paciente con tres impactos de traumática en región cervical”, “herida por arma traumática a nivel ocular”. Las brigadas incluían personas de la salud y de derechos humanos, que servían de testigos y, al mismo tiempo, hacían de árbitros entre la fuerza pública y los civiles. Atendían a la población herida sin distinción. En algunos casos funcionó; en otros, no.
Ver aquí el detalle de las actas médicas de Puerto Maderas.
Total, durante el 19 de mayo, los primeros conatos de enfrentamiento entre la Policía y miembros de la Primera Línea, entre otros civiles, se extendieron hasta poco antes de las 10 p. m. hasta que estos últimos se detuvieron a grabar un video en el que, en la escenografía natural de la bruma humeante que viajaba por las calles de Puerto Maderas, se arriesgaron a informar sobre la decisión de retirarse, por medio de un comunicado que hicieron circular por las redes sociales.
—Bueno, buenas noches, Cali. Somos de la Primera Línea de aquí de Puerto Maderas. ¿Qué pasa? En estos momentos está siendo saqueado el Éxito. Hoy es 19 de mayo; son las 10 de la noche, 19 de mayo del 2021. Son las 10 de la noche. En estos momentos está siendo saqueado el Éxito por personas que no conocemos, de barrios aledaños aquí, Sindical Bondae. ¿Qué pasa? Nosotros, la Primera Línea de aquí, de Puerto Maderas, no apoyamos los saqueos, no apoyamos los robos; nos vamos a retirar por el día de hoy porque no queremos que nos comprometan y nos metan en ese cuento a nosotros. Nosotros estamos aquí con otro propósito…
( «Cruz Roja, se reporta novedad allá», se escucha decir a través de radio…).
La escena completa era la de unos 14 jóvenes de pie, juntos, mirando de frente hacia la cámara que los grababa. Plano de tres cuartos. Todos tenían sus rostros tapados con camisetas; la mayoría con caretas, uno con casco y algunos con recortes de barriles que, como lo tenía el vocero, hacían de escudos. Con el paso de los días, para estos jóvenes se hizo necesario proteger los ojos y el cuerpo ante las granadas de gases, las balas de goma y la artillería antidisturbios de la Policía, que arremetió —por igual— contra los saqueadores del Éxito y los de la Primera Línea. En el centro, el vocero del mensaje tenía pasamontañas y una tapa redonda de barril de lata como escudo, pintado con la bandera de Colombia:
—¿Qué pasa? Entonces, a todas las personas que vean esto, la Primera Línea de Puerto Maderas no está en saqueos, para que les quede claro. Listo, muchachos, nos retiramos por el día de hoy. ¡Aguante, resistencia!
Cinco calles los separaban de la entrada principal del almacén. Apocalipso, como se rebautizó a raíz de esa noche a la intersección de la autopista con la diagonal 28D, estaba junto a uno de los ingresos al almacén. Desde algunas noches atrás, según denunciaron algunos vecinos y miembros de la Primera Línea a esta alianza periodística, la parte externa del Éxito que da al barrio estaba sin iluminación eléctrica. El almacén tiene una cámara de seguridad en ese punto; no obstante, durante esa tercera semana de mayo imperó la oscuridad de esa esquina controlada por la Policía.
Y, mientras los jóvenes de la Primera Línea anunciaban su retiro de los enfrentamientos, otros se disponían a saquear. Entre esos, Zeta*.
En el segundo recorrido de Cuestión Pública y Canal 2 por las calles de Apocalipso, al fin pudimos conversar con Zeta, quien nos contó su versión de los hechos a cambio de cuidar su identidad. No se puede dar muchos detalles, salvo que un arma de fuego sobresalía entre su ropa.
Según recordó, eran las 9:30 p. m. cuando varios entraron con él a robar al almacén. Zeta no supo decir con certeza la hora en que la Policía los sorprendió allí. Sí tuvo claro, en cambio, que perdió el conocimiento dentro de las instalaciones del Éxito a causa de la golpiza que le propinaron agentes del escuadrón antidisturbios, Esmad.
—Corrimos, pero nos encontramos [policías del] Esmad por todas partes. Nos acorralaron como en una bodega y al que cogían le daban [golpes] —relató.
Narró que, dentro del almacén, la gente intentó huir o esconderse, pero la magnitud de la arremetida era tal que no encontró salida ni escondite. Presenció con horror los puños, las patadas y los golpes de tonfa (el bastón policial) que los agentes del Esmad descargaron sobre quienes quedaron encerrados en lo que pareció ser una encerrona a los saqueadores. Luego llegó su turno.
—¡No! ¡Espere, espere! —gritó Zeta antes de sentir el primer golpe de tonfa que los policías le asestaron en el estómago. En el suelo sintió el linchamiento de los agentes. Notó cómo uno de ellos arrancó un tubo de PVC de los ductos de la bodega y lo usó para golpearlo repetidas veces en la cabeza.
—¿Pero los golpes fueron para reducirlos y capturarlos? —preguntó uno de los periodistas de Cuestión Pública.
Zeta aseguró que, pese a tenerlo reducido, no intentaron capturarlo. Cuando pudo reunir algo de fuerza corrió en medio de una especie de calle de (anti)honor —o de horror y tortura— formada por miembros de la Policía que, iracundos, le propinaban golpes por todo su cuerpo. Entre la adrenalina y las contusiones perdió la noción del tiempo. Nunca tuvo claro cuánto permaneció dentro de esas instalaciones, en esta especie de centro de tortura para saqueadores, según su relato.
Se escabulló como pudo entre los pabellones y logró salir del almacén por la entrada principal. Cuenta que cayó desmayado bajo el puente peatonal de la estación del Sistema de Transporte Masivo Integrado de Occidente (MIO), junto al bloqueo de Apocalipso. Gracias a los amigos que Zeta tiene en la Primera Línea pudo saber que escapó pasadas las 11 p. m. del 19 de mayo.
Uno de esos amigos fue Doble Rueda, quien, en entrevista con este medio, recordó el momento en el que vio a Zeta aparecer como un fantasma entre la oscuridad:
—Él vino de allá [el puente de la estación] p’acá [la barricada central del bloqueo, a 240 metros del almacén]. Le digo: “¡Amigoooo!” —hace un ademán de llamado con la mano derecha—, que me mire para llevarlo a misión médica. Pero no aguantó más y se desmayó […]. Tenemos evidencia de cómo le dieron. Afuera del Éxito, igual eso parecía [el videojuego] San Andreas de PlayStation: ¡pum, pum, pum!, sonaban los disparos. No sabemos si eran armas de fogueo, pero caía mucha gente.
Para Jhonny, miembro de la Red de Derechos Humanos Francisco Isaías Cifuentes (Redfic), la violenta arremetida de la Policía sucedió porque esa noche la Primera Línea se retiró.
—Por más que nosotros quisimos intervenir para que no se metieran al almacén, ya había una cierta cantidad de masa [gente]; entonces, ¿para qué uno se iba a poner a alegar o discutir? La decisión fue replegarse para que no se fuera a acusar a las Primeras Líneas ni a los compañeros de la resistencia. Nos fuimos a la casa. Eso lo aprovechó la Policía, al ver que no había nadie, y llegaron a disparar indiscriminadamente a las personas que estaban adentro. No a capturarlos por hurto, sino a disparar y reprimir —dijo Jhonny.
En contraste, esa noche, varias de las armas de fuego que circulan entre las bandas criminales y de microtráfico en la comuna 13 salieron a bailar a la calle la balada del pistolero.
—Había [armas] tanto traumáticas como de verdad y la gente las usaba porque ellos [los policías] ya estaban tirando a matar al que se le atravesara —reconoció Zeta.
La Tía, una mujer que apoyaba a los manifestantes del bloqueo, socorrió a varios heridos. Así vivió esa noche:
—Fue horrible. Uno sentía mucha impotencia de ver cómo la Policía golpeaba a esos muchachos que solo les tiraban piedras. Ni siquiera usaban palos, porque no se les podían acercar. En cambio, acá le tocaba a uno agacharse, porque sentía pasar los tiros.
Fueron 13 o 14, según recuerda, las personas que remitió a la brigada médica entre las 10 p.m. del 19 y las 3 a.m. del 20 de mayo.
—Te cuento que llegó un muchacho herido y yo me puse a llorar de ver cómo lo maltrataron. Golpes en la cabeza, reventado. A una niña le volaron todos los dientes. Horrible. Eran las 3 a.m. y nosotros estábamos sentados llorando de ver todo lo que pasó —contó La Tía.
No todos los civiles dentro del Éxito contaban con la agilidad de Zeta. Algunos quedaron atrapados allí.
Cuando los periodistas de la alianza periodística conversaban con algunos testigos en el barrio, en su segundo recorrido, un líder de la Primera Línea narró que uno de los hombres que quedó encerrado con la Policía desapareció durante una semana y apareció tirado en la recta Cali-Palmira, con lesiones por una fuerte golpiza y con un corte en la lengua que le impedía articular palabras. Comentó que la hija de la víctima instó a sus hermanos a interponer una denuncia, pero la decisión de la familia fue guardar silencio y enviar al agredido a otra ciudad. Cuestión Pública y Canal 2 trataron de abordar este caso, pero el miedo que rodea lo que pasó esa noche cortó la posibilidad de acceso.
Zeta escapó y Angie cayó sobre el asfalto caliente
Mientras Zeta escapaba de los golpes y la tortura de la Policía y le contaba el relato a Doble Rueda, la vida de Angie Yohanna Valencia, que vivía cerca del almacén, estaba por apagarse aquel 19 de mayo. Antes de la medianoche recibió el trato cruel y despiadado del plomo que, agresivo, irrumpió en su cuerpo y la dejó tendida sin vida, en el asfalto caliente de esa noche apocalíptica.
—Ella era una niña de 27 años. Tenía una niña de 5 años. Trabajaba en la misma casa, afuera, donde tenía un puesto de arepas y de chorizos que ella vendía. Porque usted sabe que a raíz de la pandemia… —contó Estela*, familiar de Angie.
Ella ha recabado, con testigos y material gráfico, los pormenores del crimen. Relató que, con los bloqueos iniciados en el Paro Nacional, Angie no pudo trabajar más. Su puesto de arepas, ubicado sobre la autopista Simón Bolívar, quedó “en medio del conflicto, porque a un lado está Apocalipso, el Éxito, y al lado derecho está la ‘resistencia’ de Puerto Maderas, que también era un punto clave.”
Las tragedias siempre llegan con señales que muy pocos entienden. La noche del 19 de mayo, Angie salió a buscar unas salchipapas para ella y su hija, entre las 10 y las 11 p. m. Eso, a pesar de que a lo lejos se escuchaba el sonido de los enfrentamientos. A causa de la confusión de los hechos de manifestaciones y saqueos, ningún local cercano se encontraba abierto. En vez de dar la vuelta y resguardarse en casa, caminó siete cuadras hasta la calle 44 para llegar a los puestos de comida rápida que estaban sobre la vía.
De regreso a casa, con la comida en sus manos, Angie no calculó que quedaría en medio de la acción de la Policía para controlar la guerra campal que se armó en el Éxito y sus alrededores. Según le dijeron testigos y vecinos del sector a Estela, el primer disparo que recibió Angie habría sido accionado por un agente del Esmad. Fue así como quedó tendida sobre la calle 54, donde está la salida trasera del almacén. Jóvenes con caretas y cascos que hacían de espectadores entre la romería del teatro del horror, visto tras las rejas del almacén, salieron presurosos a su alcance.
—Mano, ¡cógela! —dijo uno de ellos, con la voz entrecortada.
—Iba pasando, iba pasando la señora… —dijo otra de las voces.
—Hora 12:11 a. m., 20 de mayo […] nos mataron a la señora, hijueputas. No tenía nada que ver —dijo uno de los jóvenes que parecía ser de la Primera Línea, por su casco y su escudo. Dejaba para siempre grabada la angustia del momento.
Angie, de 27 años, madre de una niña de 5, lucía ida. El cuerpo, desgonzado sobre un andén del barrio 12 de Octubre, detrás del Éxito. Una ráfaga de sangre que pareció liberarse de su cabeza, a raíz de uno de los disparos, le salpicó el buzo color negro con cierre adelante y la camiseta amarilla de la selección Colombia que tenía por debajo. La sangre le rozó parte del abdomen descubierto cuando su ropa se le subió porque las personas que la socorrieron intentaron levantarla de los brazos, hasta manchar el short de jean claro que tenía puesto.
En su relato a Cuestión Pública, Estela aseguró que los policías avanzaron repeliendo a los manifestantes y, a su regreso, fulminaron a Angie con dos tiros más. Aseveró también que, si bien aún no está claro el orden en que fueron disparadas las balas, sí sabe cuántas fueron y dónde terminaron alojadas: una en el pecho, dos en la cabeza.
Los videos del momento posterior a los disparos dejan ver la desazón que produjo entre los jóvenes ver morir a alguien. Estaban los que intentaron hacer algo: la brigada médica, afanada por determinar si aún tenía signos vitales. Al ver que el cuerpo de Angie yacía sin vida, la devolvieron al lugar en el que la encontraron y esperaron la llegada de la ambulancia que la trasladó al hospital Carlos Holmes Trujillo.
Estela contó que la camisa blanca que se usó para velar el cadáver de Angie se manchó de la sangre que salía por la herida que le dejó uno de los proyectiles detrás de la oreja.
—Me tocó volverla a cambiar y ponerle una camisa negra. Ponerle una bufanda para que no le chorrearan los restos de sangre que todavía figuraban en la cabeza —dijo.
Los voluntarios en materia de salud que atendieron a Angie también aseguraron haber atendido a otros pacientes con heridas por arma de fuego, objetos contundentes y arma blanca.
—A un muchacho le metieron varias puñaladas. Ese día le cogieron 18 puntos, porque tenía dos en la pierna, otras en las manos y en la cabeza —recordó una de las enfermeras de la brigada y sostuvo que ese paciente también había responsabilizado a un policía por las lesiones.
Según la brigadista, los heridos fueron trasladados directamente del almacén Éxito por rescatistas de la Primera Línea, por lo que descartan que las agresiones ocurrieran en hechos aislados.
Mediante un comunicado emitido el 20 de mayo sobre los hechos de la noche anterior en Calipso, la Policía registró un asesinato, sin identificar al occiso, y dijo que era materia de investigación. La institución dijo ser víctima de un ataque por la turba que buscó ingresar al almacén. Reportó 19 civiles heridos en centros asistenciales, sin especificar los tipos de lesión ni sus causas. También aseguró que los uniformados se fueron de la zona a las 8:30 p. m., pues estaban desarmados y escaparon de los ataques de las personas que intentaban saquear el almacén.
Según las brigadistas de Puerto Maderas y Apocalipso, a excepción de un par de casos graves, los heridos que fueron atendidos pidieron no ser remitidos al hospital por temor de ser capturados por las autoridades.
Fuentes de la Fiscalía dijeron a Cuestión Pública que se adelantan investigaciones por 14 homicidios sucedidos en Cali en el marco del Paro Nacional, que apuntan como autores a miembros de la fuerza pública. Uno de los crímenes que se investiga es el asesinato de Angie Valencia.
Antes de que la comisión terminara de inspeccionar el 20 de mayo, el brigadier general Juan Carlos León Montes, quien había asumido la comandancia de la Policía Metropolitana de Cali el 18 de mayo, publicó en su cuenta de Twitter la versión de la institución sobre los hechos de la noche anterior.
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7:47 p.m.
8:21 p.m.
La verdad que no quedó en el acta II
A las 8 p. m., Equis*, miembro de la Primera Línea, bajó las escaleras con la comisión hacia el parqueadero. Notó que el suelo estaba mojado, “tal vez por la acción del sistema antincendios”, se dijo en un intento por darle una explicación lógica. Luego subieron hacia las oficinas, donde todo estaba en aparente orden, igual que el punto de los primeros auxilios, los baños y el comedor de empleados.
Ingresaron por el Área de Salud y Bienestar.
—El sector de la ropa no alcanzó a ser vandalizado por completo. Sin embargo, se ven algunas estanterías vacías —dijo, mientras transmitía en vivo por Facebook.
Cajones y muebles estaban intactos y, junto a ellos, el pabellón de electrodomésticos lucía desierto.
—Allí se ve la ignorancia de la gente: les preocupa más ver televisión que vestirse. Allá todavía quedaba ropa; acá no dejaron nada —exclamó Equis, a la par que registraba la inspección.
El enrejado de la entrada principal aparecía reforzado con vigas y soldaduras, ante lo que el joven afirmó:
—Yo vi cerrajeros saliendo por la tarde, no vayan a perder su tiempo intentando entrar otra vez.
Los cajeros bancarios, las cajas del supermercado y el punto de Baloto se veían destruidos por la acción de los saqueadores.
Una joven de la Primera Línea se resbaló en la entrada del banco AV Villas.
—Acá el suelo está bastante liso —dijo Equis desde ese punto.
En el pantalón de la joven quedó la huella de algún líquido viscoso que cubría el suelo.
—Aquí hay sangre —le anuncian al joven que está transmitiendo, cuando está por entrar a la oficina.
—Sangre en las paredes, sangre en los escritorios, huellas de manos con sangre en los vidrios —se escuchó la voz de otra mujer de la Primera Línea que acompañó el registro en video que se hacía con un celular.
Allí quedaron consignadas las imágenes que dan cuenta de su narración.
—El olor a límpido acá es impresionante —agregó Equis.
Ad portas de entrar a los cuartos fríos donde se almacenan frutas, verduras y carnes, tuvieron unos 10 minutos de espera y ahí notaron que había aceite derramado en el suelo.
—Vamos a entrar, por favor, con mucha precaución. El suelo está muy resbaloso —advirtió una empleada del almacén a unas siete personas de la comisión.
—Esto está como raro —dijo Equis y se agachó para encontrar que, bajo el azul del aguajabón, cuya superficie tenía marcadas huellas de zapatos, aún había gotas de color rojo oscuro.
Con su celular en mano y guiados por el rastro de las manchas rojas, Equis y los otros que acompañaban la comisión entraron a un cuarto de electricidad contiguo en el que apareció una mancha de sangre seca en la pared de la entrada. Equis tomó testimonio y notificó al resto de la comisión. Natali González acompañó este recorrido y anunció que convocaría al CTI para que la Fiscalía abriera una investigación al respecto. Fue la inclusión de esta huella de sangre en el acta la que generó discordia entre ella y el mayor Juan Carlos Olaya.
Concluida la inspección, las irregularidades saltaban a la vista: en escaleras y paredes de diferentes pabellones, pequeñas salpicaduras de sangre dibujaban un camino de terror que tenía su colofón en un charco oscuro abandonado en el parqueadero. En la entrada del banco AV Villas estaban el aceite y la sangre. La negativa de los encargados del Éxito a permitir el acceso a algunos puntos de las instalaciones como los cines, la terraza y la plazoleta de comidas.
Nada de eso fue descrito ni volcado en el acta por el representante de la Defensoría del Pueblo cuando, a las 10:15 p. m. del 20 de mayo y en Twitter, afirmó: “Encontramos todo en normalidad”.
Minutos antes, el papel de la primera acta ya había sido rasgado por la subsecretaria González.
https://twitter.com/DefensoriaCol/status/1395579090611081222
Los hallazgos de la comisión están en poder de una fiscalía especializada en derechos humanos. No se sabe más.
Ningún detenido
Desde la tranquilidad de su despacho de la Alcaldía y con la bandera de Cali erguida tras él, a las 4:30 p. m. del 21 de mayo, Carlos Rojas, el entonces secretario de Seguridad de la Alcaldía de Cali, omitió la sangre y los detalles del horror ocurrido 40 horas antes:
—Se ha evidenciado que en este sitio no se presentó esta clase de situaciones en su interior. Que no se encontraron cadáveres ni elementos relacionados con la posibilidad de que allí pudiera haber cuerpos de personas.
Pero la guerra entre saqueadores, bandoleros de la comuna 13, la Policía y los jóvenes de la Primera Línea, entre otros manifestantes, se había encendido. Las balaceras a plena luz del día del 21 y del 22 de mayo dejó como víctima fatal al patrullero Juan Sebastián Bríñez, oriundo de Yopal, Casanare y a Jhon Erik Seir Larrahondo de 20 años de edad, este último registrado por Indepaz. Aún no hay datos oficiales de cuántos civiles perdieron la vida en esas fechas, tampoco de heridos.
Consultada por la alianza entre el Canal 2 y Cuestión Pública, Claudia Julieta Duque, experta en derechos humanos, manifestó frente a lo sucedido:
—Como puedes ver, un supermercado no es un centro de reclusión ni tampoco lo son los sótanos de un lugar como el Éxito. Allí, ya de entrada, uno puede ver que hay una vulneración a las normas muy grave, porque en estos casos en particular se establece que los centros de reclusión deben ser conocidos por las personas, por los familiares de los detenidos; que uno, como familiar, pueda recurrir a un centro de detención preventiva donde tú puedas tener claridad sobre el estado y las condiciones de la detención. Eso, por supuesto, se vulnera completamente con el hecho de que a las personas en el caso de Calipso se les haya recluido en lugares no aptos ni considerados ni establecidos como establecimientos de reclusión.
No hay un solo detenido por hurto a establecimientos comerciales en la lista oficial de detenidos que la misma entidad le proporcionó a este medio en esas fechas, mediante una tutela previa a esta investigación. Excepto cinco personas por fabricación, tráfico y uso de armas y por obstrucción a vías públicas.
Haz clic para leer la respuesta completa de Claudia Julieta Duque a Cuestión Pública
La alianza periodística quiso insistir y consultar con la Policía de Cali por qué no hay registro oficial de los detenidos la noche del 19 y la madrugada del 20 de mayo, por entrar y robar las instalaciones del Éxito Simón Bolívar. También, por la legalidad del procedimiento efectuado y la presunta tortura que se presentó durante esas horas y por la utilización del almacén como presunto cuartel. En los tres casos no hubo respuesta.
Los mismos jóvenes que habían llenado de barricadas el cruce de Apocalipso derribaron, uno a uno, los ladrillos que simbolizaban su resistencia. Eran finales de junio.
El último bloqueo de los manifestantes desapareció. Impune, el tráfico vehicular volvió a congestionar la autopista Simón Bolívar —ahora parcialmente desprovista de semáforos— como si nadie hubiese caído muerto o herido en la comuna 13.
La Policía abandonó la zona casi a mediados de julio y, así, de aquel teatro de violencia que tuvo lugar al oriente de Cali, hoy perdura solo un escenario: el almacén Éxito, de cuyos muros algunos obreros intentan borrar las cicatrices.
*Nombres y seudónimos cambiados para proteger la identidad de las fuentes.
Créditos:
Alianza Cuestión Pública y Canal 2. Equipo editorial, investigativo y de reportería:
Diana Salinas, José Alberto Tejada, Jose Marulanda, Jhonatan Buitrago, Ingrid Ramírez Fuquen, Alexander Campos, David González, Sara Cely, Camilo Vallejo, Jhonier Medina y Valentina Hoyos G. Diseño cover: Heidy González. Cuidado de textos: Eltipomóvil / Soluciones editoriales.
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