Cargadores de marihuana en la Amazonía recurren a chamanes en busca de protección
Por Bram Ebus, con reportería adicional de Andrés Cardona
La luz de la luna se filtra a través de un hoyo en el techo de paja de palma de una maloca, una casa comunal circular en el pueblo indígena de La Pedrera, un rincón remoto del suroriente de Colombia. Sentado en el centro del lugar, un chamán del pueblo Murui canta y tararea melódicamente, con ojos entrecerrados y en profunda concentración.
El chamán pasa alrededor de un balde de plástico que contiene un polvo verde. Cada uno de los jóvenes del círculo se unta una pizca de polvo en la mejilla y la humedece con saliva. Los labios del anciano están cubiertos con el polvo, conocido como mambe, una mezcla de hojas de coca pulverizadas y ceniza, parte integral de los rituales y que ayuda a la concentración de los participantes.
Sentado al lado del chamán está Mateo*, un hombre murui de unos 30 años, vestido con pantalones cortos y sandalias. Cada vez que se prepara para un agotador viaje de tres semanas a través de la densa selva, viene a pedirle al chamán protección espiritual. En el camino está acostumbrado a enfrentarse no solo a serpientes venenosas, sino también a ladrones y operativos policiales.
En sus viajes por la selva, Mateo carga varias decenas de kilos de marihuana que pertenece a un grupo guerrillero colombiano. Su trabajo es entregarlo a una organización criminal brasileña.
Aunque la marihuana medicinal está ganando estatus legal gradualmente, en varios países la economía de las drogas ilícitas está impulsada por la demanda de una potente clase de marihuana conocida, como skunk o creepy.
El tráfico de este tipo de marihuana –que se disparó en 2022, según las incautaciones de la Policía Federal Brasileña– financia el conflicto y la violencia a lo largo de la frontera entre Colombia y Brasil. Las recientes redadas en Colombia evidencian la gravedad del problema, con la incautación de cantidades récord de marihuana transportada a Brasil por río.
En La Pedrera, un pequeño pueblo cerca de la frontera brasileña donde hay poca presencia del gobierno y pocos empleos disponibles, grupos armados contratan a pobladores indígenas para transportar cargamentos pesados de marihuana a través de una selva traicionera.
BUSCANDO LA PROTECCIÓN DE UN CHAMÁN
En la semioscuridad de la maloca, el chamán y Mateo están envueltos por una neblina de humo de cigarro. El chamán, a quien Mateo se dirige respetuosamente como abuelo, pregunta sobre el propósito del viaje, la ruta prevista, los compañeros que lo acompañarán y el destino final.
Con la ayuda de mambe, cigarros y ambil –una especie de pasta de tabaco–, el chamán visualiza el viaje y anticipa los peligros potenciales. Prevé encuentros con animales peligrosos, piratas fluviales e incluso posibles enfrentamientos con la Policía Federal Brasileña, al otro lado de la frontera.
“Uno tiene que sacar del pensamiento a la policía para que no puedan pillar (atrapar) a la gente. Ahí uno puede pasar y usted, tranquilo, pensando en otra cosa”, dice.
En la Amazonía, los ancianos y los chamanes, que han pasado por décadas de entrenamiento espiritual, han empleado tradicionalmente rituales para curar a los enfermos y alejar a los espíritus malignos. Pero ahora también son buscados para proteger a aquellos que desafían los peligros de la selva, mientras transportan marihuana y cocaína a través de las fronteras internacionales.
El chamán muestra un pequeño recipiente de una pasta de color rojo oscuro llamada carayurú, que se elabora a partir de una planta, y posee propiedades protectoras y preventivas.
“Eso se unta en el ombligo y lo lame un poquito; es como una defensa”, dice. “No lo miran a uno, ya no pasa peligro”.
Mateo, padre de dos niños pequeños, jura que el ritual es muy eficaz. “Es importante porque ayuda a darte la fuerza para seguir adelante. En todos los pequeños trabajos que haces, tiene que haber protección. Tiene que estar ahí”, señala.
Incluso aceptar un trabajo depende del consejo del chamán. “Si él dice que el trabajo es peligroso, entonces no debes ir. Debes quedarte. Y si él dice que es bueno, puedes ir”, explica Mateo.
El abuelo dice que no exige pago por sus servicios espirituales. “Nosotros aprendemos que la curación no es para cobrar”, señala. “Para nosotros eso es malo”.
Sin embargo, reconoce que para otros chamanes es un negocio. Un traficante puede pasar sus drogas de manera segura a través de la selva, pagando entre 150.000 y 200.000 pesos colombianos (de US$35 a US$45).
Otro chamán, originario de una comunidad cercana al río Apaporis, pero que ahora reside en Leticia, un municipio colombiano sobre el río Amazonas, admite ser consultor de narcotraficantes.
“Ellos me contratan por cada cargador”, dice mientras bebe una cerveza a media mañana y observa el río Amazonas desde uno de los bares cerca del mercado de productos frescos de Leticia.
Uno de sus hijos transporta drogas a través de la selva. El chamán reconoce la presencia de grupos armados, pero está más preocupado por los soldados que están al acecho de los narcotraficantes. “Yo les rezo, les volteo a todos las caras para que no miren a los trabajadores”, dice.
“LA ÚNICA SALIDA ES LLEVAR DROGAS”
Su ubicación sobre el río Caquetá, en la frontera con Brasil, hace de La Pedrera, un punto estratégico de tránsito. El pueblo tiene electricidad solo unas pocas horas al día –al comienzo de la tarde y de la noche–, a través de un generador a diésel. Sin embargo, uno de los bares ubicado junto al río, rodeado de torres de cajas de cerveza es la excepción. Tiene música a todo volumen durante la mayoría de los días y las noches.
Además del río Caquetá, el río Apaporis también está cerca de La Pedrera. Ambos sirven como corredores estratégicos para que los grupos armados transporten tropas, drogas y armas. A unos 20 minutos río arriba, según advierten la policía local y los pobladores, hay un puesto de control de una de las disidencias de las antiguas FARC.
Hasta ahora nadie se ha atrevido a interferir.
A pesar de las acusaciones, los habitantes de la comunidad realizan esfuerzos por negar su participación en el tráfico de cocaína y a menudo afirman que su principal fuente de sustento es la pesca.
Sin embargo, en conversaciones confidenciales, la mayoría admite que solo hay una economía que realmente mantiene al pueblo a flote.
“Te digo por experiencia que la única salida aquí en La Pedrera, es llevar drogas y marihuana”, dice Wilton*.
Wilton, que trabajó como traficante de drogas durante unos 10 años, creció en una familia pobre, como la mayoría de los habitantes del pueblo. “Como familia veníamos sufriendo una crisis económica, y mi padre, que descanse, pobremente nos estaba sacando adelante hasta que mi Dios le permitió descansar, y hasta ahí fue”, dice.
Sin forma de comprar tierras y sin posibilidades de empleo, solo hubo una opción. “Encontramos un grupo que se llama narcoguerrilla”, dice Wilton. “Con ellos nos reforzamos para poder salir. Nos dieron las primeras oportunidades de progresar económicamente”.
Por 30.000 pesos colombianos (unos US$7) por kilo, un grupo de jóvenes comenzó a transportar cargas de marihuana de 50 a 60 kilogramos (110 a 132 libras), a través de la selva hasta un punto de entrega en Brasil, lo que ayudó a la guerrilla y a los narcotraficantes a evitar los controles fronterizos militares en el río.
Después de un año, Wilton pudo comprar un terreno por 12 millones de pesos (unos US$2.700) y construir una modesta casa de madera en La Pedrera, típica de las comunidades indígenas amazónicas, por 7 millones de pesos (unos US$1.600).
Con un flujo constante de dinero en efectivo, Wilton pudo organizar su vida.
“Así vivíamos, trabajando para poder sobrevivir en este pueblito, gracias a este trabajo, porque no hay empleo”, dice. “No hay ayuda del Estado, del gobierno, entonces, los muchachos se dedican a trabajar en eso. Porque no hay más”.
ATRAPADOS ENTRE LAS DROGAS Y LAS FARC
Facciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que no firmaron el acuerdo de paz de 2016 con el gobierno, operan alrededor de La Pedrera y en otras zonas de la Amazonía.
Vestido con uniforme militar, un sombrero safari de camuflaje y botas de plástico, uno de los comandantes, que se hace llamar ‘Danilo Alvizú’, está rodeado por tropas fuertemente armadas, durante una aparición en una reunión en abril en los Llanos del Yarí, en el departamento amazónico de Caquetá, Colombia. ‘Alvizú’, comanda el Frente Carolina Ramírez del grupo disidente autodenominado Estado Mayor Central – Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (EMC-FARC).
El propio ‘Alvizú’ lleva solo una pistola. En su hombro derecho destaca la inconfundible bandera de las FARC, que combina el amarillo, azul y rojo de la bandera colombiana, con un mapa del país adornado con ametralladoras cruzadas y un libro.
El EMC-FARC se describe como las auténticas FARC, en contraste con los grupos que se desarmaron, después de firmar el acuerdo de paz. ‘Alvizú’ firmó el pacto, pero luego se unió a los disidentes de las FARC.
El EMC-FARC, comandado por Néstor Gregorio Vera Fernández, alias ‘Iván Mordisco’, ha crecido en tamaño y ampliado su control territorial desde 2020, a medida que las operaciones de las fuerzas armadas se volvieron más esporádicas durante la pandemia de covid-19.
[Ver mapa de la presencia del crimen organizado y grupos armados en la Amazonía]
El grupo armado opera en varios departamentos. El Frente Carolina Ramírez, liderado por ‘Alvizú’, y el Frente Armando Ríos tienen cientos de combatientes en la Amazonía colombiana, según fuentes gubernamentales.
En lo que va de año, las disidencias de las FARC han reclutado al menos a cuatro menores en La Pedrera y a otros seis en las zonas vecinas de Puerto Santander y Mirití Paraná, dos áreas no municipalizadas, es decir, territorios que en la división político-territorial no pertenecen a ningún municipio. La Defensoría del Pueblo de Colombia ha alertado que los disidentes buscan “reclutar niños, niñas y adolescentes para su operación armada o para que trabajen como transportadores de cocaína hasta Brasil”.
Sin embargo, ‘Alvizú’ minimiza la fuerte influencia de su grupo en la zona fronteriza. “Somos conocedores de que en la frontera con Brasil seguramente nuestra presencia es mínima”, dice el comandante, conocido por liderar un frente, responsable de matar a líderes sociales y cometer más de una docena de masacres en la Amazonía colombiana.
‘Alvizú’ niega la participación de su grupo en el tráfico de drogas en la frontera y culpa a otros.
[Conoce la historia completa “Narcotraficantes colombianos recurren a chamanes en busca de protección” con mapas y videos.]
EL NARCOTRÁFICO BRASILEÑO FINANCIA A LAS FARC
La posición de los gobiernos en el mundo contra la marihuana está cambiando y países como Italia y Australia han despenalizado la posesión de pequeñas cantidades. Colombia legalizó y reguló el cultivo comercial para uso medicinal y científico en 2016. En 2022, un tribunal brasileño aprobó el cultivo de cannabis para uso médico en el hogar.
Sin embargo, la mayor parte de la producción para uso recreativo sigue siendo criminalizada, por lo que la marihuana se vende en el mercado negro. El comercio está controlado por grupos armados y organizaciones criminales que financian, en parte, sus campañas violentas con los ingresos del comercio ilícito de marihuana.
“Brasil tiene unos carteles muy activos que siempre están buscando contactar a los grupos de disidencias y narcotraficantes que están en Colombia, con el fin de adquirir todo lo que tiene que ver con la producción de cocaína y marihuana”, dice Harry Ernesto Reyna Niño, jefe de Estado Mayor de Apoyo a la Fuerza de la Armada colombiana, quien fue entrevistado en junio de 2022, cuando era vicealmirante de la Fuerza Naval del Sur.
Las disidencias de las FARC saben dónde están ubicados los controles militares y reclutan habitantes de las comunidades indígenas para que se dediquen al hormigueo (tráfico de hormigas), como las autoridades llaman a la tarea de transportar droga, en referencia a cómo las hormigas llevan cosas a través de la selva. Los hombres de la comunidad transportan cargas destinadas a Brasil por caminos que cruzan la selva y por pequeños arroyos.
Esencialmente, dice Reyna, con el comercio de marihuana las organizaciones criminales brasileñas financian la violencia perpetrada por grupos armados en Colombia.
En el mercado es atractiva la marihuana potente con altos niveles de THC, debido a su alta demanda y valor. Si bien parte de la marihuana se exporta a Europa y África oriental, la mayor parte de las ganancias se obtienen en el mercado brasileño.
Sin embargo, cuando se trata de cocaína, los grupos guerrilleros colombianos, que están involucrados principalmente en su producción y distribución, no se benefician de las ganancias sustanciales generadas a través de las exportaciones. Esto se debe a que entregan el producto a grupos criminales brasileños, que lo envían al mercado internacional.
En la Amazonía y en otras partes de Brasil, la diferencia de precio entre la marihuana potente y la cocaína es mínima.“Por eso es tan apetecida en Brasil”, dice Reyna. “Podemos estar hablando de que un kilogramo de marihuana creepy (de alta calidad) está casi por el mismo valor que la cocaína. Es de gran importancia para los grupos de narcotraficantes en Brasil, como la Família do Norte, el Comando Vermelho, el PCC [Primeiro Comando da Capital] y otros”.
“ESTE TRABAJO ES PARA MACHOS”
En las discretas sombras de los árboles de una de las numerosas islas en medio del río Caquetá, Wilton se siente a gusto para hablar de cómo se gana la vida. Después de saltar de la embarcación motorizada y llevarla a tierra firme, encuentra un árbol caído donde se sienta, enciende un cigarrillo y empieza su relato.
Cuenta que cuando se transportan drogas por río, los piratas son una amenaza constante. “Si estás llevando 500 kilos [1.102 libras] de marihuana, entonces, los piratas te roban. No te roban formalmente. Te matan con la famosa AK, que dicen AK-47. Te rafaguean”, dice, arremangándose los pantalones cortos para mostrar una herida de bala.
Para evitar no solo a los piratas, sino también a las fuerzas del orden, grupos de hasta 20 hombres se preparan para un viaje que puede durar hasta tres semanas.
“Este trabajo no es para muchos, es para machos, porque muchos se rinden, y para poder conseguir las cosas y sacar adelante a la familia uno se sacrifica totalmente la vida”, dice Wilton. “En el camino, a los compañeros, los grupos de jóvenes que andan con nosotros, los he visto arrodillándose, pidiendo perdón a Dios por todo lo que han sacrificado en esta vida”.
La comida no dura todo el viaje. Los hombres indígenas, expertos en la selva, cazan y pescan, pero no siempre hay tiempo suficiente después de un día de caminata.
“A uno le toca aguantar hambre”, dice Mateo, el hombre que buscó al chamán conocido como el abuelo. “A veces, cuando se acaba la remesa de uno son cinco días de estar aguantando hambre, solo tomando agüita”.
Con sus ganancias iniciales, Mateo compró una nevera y cables eléctricos para conectar bombillas en su casa. Sopesa eso contra los riesgos. Los transportadores de droga caminan con cautela por la orilla del río, constantemente conscientes de los peligros que acechan.
Comienzan a caminar todos los días alrededor de las 6 de la mañana y solo descansan hasta justo antes del atardecer, alrededor de las 5 de la tarde.
“Ganamos bien, pero es bien sufrido”, dice uno.
A pesar de sus años de experiencia, Wilton también busca un chamán antes de cada partida.
“Ellos protegen”, dice. “De pronto los policías federales lo pueden atacar o lo pueden matar a uno, y ellos (los chamanes) lo guían, como si usted va a encontrarse con grupos armados, que es la policía federal, y ellos ahí mismo le guían. Y si está bien, llevan el pensamiento de uno por el camino, le llevan hasta el punto de entrega, vuelve y lo trae”.
En las cercanías de La Pedrera, el chamán que dirigió el ritual para Mateo despeja un camino con ayuda de un machete, a través de la densa vegetación que rodea su casa en el río Caquetá.
Cultiva algunas plantas de coca para hacer mambe, y siembra yuca y plátano. Hoy, sin embargo, está buscando entre la vegetación nativa plantas específicas para crear otro remedio. Para él, cualquier persona que viaje a las peligrosas tierras fronterizas entre Colombia y Brasil necesita protección.
“Si usted se va sin defensas”, dice, “seguramente usted quiere morir”.
* Los nombres han sido cambiados.
Amazon Underworld es una investigación conjunta de InfoAmazonia (Brasil), Armando.Info (Venezuela) y La Liga Contra el Silencio (Colombia). El trabajo se realiza en colaboración con la Red de Investigaciones de la Selva Tropical del Pulitzer Center y está financiado por la Open Society Foundation y la Oficina de Asuntos Exteriores y del Commonwealth del Reino Unido.
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